16 de diciembre de 2020 |

Hernia discal lumbar: causas y tratamiento de esta patología

El dolor lumbar, uno de los desencadenantes de la hernia discal lumbar

¿Sabías que entre el 60% y el 80% de la población sufrirá alguna vez dolor lumbar? ¿Y que un alto porcentaje de esta dolencia (entre el 9% y el 10%) es consecuencia de una hernia discal lumbar? Y es que, a pesar de que sufrir malestar en la parte baja de la espalda no es indicativo de padecer esta afección, lo cierto es que muchas de las personas que han sido diagnosticadas con ella han presentado síntomas similares a la  lumbalgia antes.

Pero, ¿cómo distinguir el dolor lumbar de aquel causado por una hernia discal lumbar? E, igual de importante, ¿cómo prevenir que este pueda aparecer? Antes de dar respuesta a estas preguntas no viene mal saber en qué consiste es exactamente esta patología.

¿Qué es?

La hernia discal lumbar es una afección que se produce cuando uno o varios de los discos que se encuentran entre las vértebras y que amortiguan el impacto cuando caminamos o corremos, se desplazan hacia la raíz nerviosa, presionándola y causando un fuerte dolor.

¿Cuáles son los síntomas?

A pesar de que hay personas que no sufren ningún síntoma asociado a la hernia discal lumbar, en la mayor parte de los casos se presenta en forma de:

  • Dolor lumbar.
  • Dolor en la parte baja de la espalda que irradia a las nalgas, piernas o pies.
  • Entumecimiento u hormigueo en la pierna o el pie.
  • Debilidad en la pierna o el pie.
  • Pérdida de control de esfínteres: es un síntoma poco común que nos avisa de una patología grave, el síntoma de la cola de caballo.

El tipo de síntoma dependerá de la ubicación del disco intervertebral dañado.

La hernia discal lumbar es la causante de entre el 9% y el 10% de casos de dolor de espalda

¿Qué la causa?

Detrás de la hernia discal lumbar no se esconde una única causa. Más bien se trata de una combinación de factores que dan como resultado esta afección. La edad y el desgaste que el paso de los años ocasiona en los discos intervertebrales serían las principales, pero no las únicas.

Otros condicionantes podrían ser:

  • El sobrepeso.
  • El sedentarismo.
  • El tabaquismo. 
  • Una mala higiene postural.
  • El levantamiento de peso de forma inadecuada. 
  • Lesiones o traumatismos lumbares.
  • Deportes que provoquen la compresión o contorsión de la zona como la equitación, el ciclismo de montaña, el tenis, el pádel.
  • Profesiones que exijan una sobrecarga lumbar.

¿Cómo prevenirla?

A diferencia de lo que pasa con otras estructuras, los discos intervertebrales se nutren con el movimiento. Por tanto, si queremos disminuir el riesgo a sufrir hernia discal lumbar, será recomendable que mantengamos una vida activa y, a ser posible, que realicemos algún tipo de deporte que contribuya a fortalecer la espalda.

Además de hacer ejercicio de forma periódica, será recomendable:

  • Mantener un peso saludable. El sobrepeso aumenta la presión en la espina dorsal y los discos intervertebrales y, con ello, la posibilidad de padecer una hernia discal lumbar. De ahí que sea conveniente cuidar nuestra alimentación y llevar una vida activa y sana.
  • Mantener una buena higiene postural. No solo a la hora de cargar peso, también de sentarnos y caminar. Hacerlo disminuirá la presión en la zona y las probabilidades de sufrir una lesión.
  • Dejar de fumar.

La edad, uno de los principales condicionantes para sufrir una hernia discal lumbar 

¿Cómo tratarla?

El tratamiento de la hernia discal lumbar, al igual que el de otras patologías, dependerá de la gravedad de la misma.

  • Tratamiento conservado. Suele ser el más habitual. Consiste en la combinación de reposo con el consumo de medicamentos para desinflamar la zona y aliviar el dolor. Pasado dos o tres días, se podrá reanudar la rutina poco a poco.
  • Tratamiento quirúrgico. Se opta por él cuando el tratamiento conservador no ha dado resultado o cuando la hernia discal lumbar es crónica. Como su propio nombre indica, conlleva una intervención quirúrgica que viene seguida un periodo de convalecencia. Este no será menor a las dos semanas y, además de reposo, suele ir acompañado del uso de una faja. Su misión es comprimir la zona y protegerla durante la recuperación.
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